El «agravante» gay

De todas las reflexiones que ha publicado Camila Gutiérrez (Joven y Alocada) en su cuenta de Facebook, hay una que siempre se me viene a la cabeza porque tiene mucha verdad: Pueden existir cientos de aberraciones, conductas reprochables, crímenes y errores comunes y corrientes, pero si quien los realiza pertenece al mundo LGBT, se vuelven doblemente terribles. Puede tratarse de un caso en un millón, pero la cobertura de los medios se multiplica y, a partir de una situación puntual, se construye una imagen generalizada de toda una comunidad.

Aunque el maltrato intrafamiliar exista desde el inicio del hombre, la promiscuidad, la gente inestable, sin estudios universitarios y todo tipo de situaciones/circunstancias de plano negativas o mal miradas en sociedad, si provienen del mundo “cola” adquieren una visibilidad suprema. La noticia es publicada en redes sociales y se disparan los comentarios de justicieros, ciudadanos ejemplares e intocables que, desde su estado civil, religioso y moral “favorecido” se apartan de estas aberraciones.

Pienso en todo esto por una situación particular que se generó la semana pasada. “Nicolás tiene dos papás” es el primer cuento chileno que habla sobre una familia homoparental y que será distribuido en 500 jardines infantiles JUNJI (Junta Nacional de Jardines Infantiles). Sólo se había publicado la portada, pero sectores religiosos y conservadores reaccionaron apelando al argumento biológico y religioso de que el privilegio de la reproducción y crianza le pertenecen por derecho sólo a hombre con mujer.

Recuerdo a todas las familias heterosexuales que he conocido de cerca en mi vida – incluso la que yo intenté construir – y creo que todos los aspectos positivos que rescato no se relacionan con que la pareja esté conformada por un hombre y una mujer. Tampoco con sus roles culturalmente enmarcados en lo masculino o femenino: Las mujeres de mi familia han sido tan fuertes como sus parejas (a veces más), tienen carácter y son capaces de proveer económicamente, incluso de ser papá y mamá cuando ha existido alguno que, biológicamente, no sintió el llamado “natural” de serlo.

Mamás que no usan tacos todo el día, papás que preparan arroz con carne y son excelentes en las labores domésticas. Niños que prefieren el color morado y no han terminado siendo homosexuales por eso. Papás que trataban de maricones a los homosexuales y tortilleras a las lesbianas y que no lograron que su hija dejara de sentir amor por otras mujeres.

He visto parejas que se sostienen en el tiempo por cualquier motivo, menos por amor. Otras que optan por el respaldo social que les brinda tener cierta vida y que, sabiendo que la felicidad no está ahí, arrastran a todos a su amargura. Hijos de parejas heterosexuales que no son felices ni viven realidades soñadas. No bastan unos pantalones y una falda “bien puestos”, la casa, el perro, las lucas y las promesas ante el oficial del registro civil o la ceremonia ante dios para tener una vida ejemplar.

Lo que indudablemente se necesitan son dos personas que se amen profundamente y quieran con el alma ser padres, sin sentir la presión de ser perfectos o estar en desventaja. No tenemos por qué esforzarnos doblemente, tenemos que hacerlo en la misma medida que lo hace una pareja heterosexual.

Nicolás puede tener papá y mamá, dos mamás, dos papás, sólo papá, sólo mamá o abuelos, pero independiente del grupo familiar al que pertenezca, lo que necesita es sentir que tiene un círculo donde se siente amado, protegido y feliz. Donde lo antinatural son los gritos y la indiferencia, no los besos ni los abrazos.

Liberadas en avión

Era mi primer viaje en avión luego de haberme subido a uno cuando LAN era Ladeco y regalaban una maleta de cartón con lápices, dulces y libros para pintar. Tiempos aquellos donde los adultos se llevaban “recuerditos” como copas de coñac, lapiceros y todo objeto con el logo de la aerolínea, robo hormiga que le daba cierta estirpe a tomarse un trago en la casa o firmar un cheque.

Pasaron unos 20 años desde eso y ahora vamos, Ella y yo, a disfrutar nuestras primeras vacaciones juntas: Iquique glorioso. Cuando me lo propone, pienso automáticamente en chumbeques (dulces) y ZOFRI (Zona Franca Iquique) y esos conceptos me bastan para ir al Norte Grande y olvidar lo blancas que tengo las nalgas y el bronceado de jaiba que agarraré en Cavancha.

Luego de varios meses de planificación estratégica, ya estamos la negri y la blanca muy instaladas en el aeropuerto. Ella me enseña lo del Check-in y todos esos trámites pajeros que se hacen dos horas antes de abordar el avión. Yo la miro y la admiro. Ella me mira y se ríe, porque le encanta ver cómo me impresionan todas esas cosas tan cotidianas en su vida de mujer ejecutiva rica jiji.

Nos acercamos al counter y anotamos nuestros nombres en la lista de “liberados”. Los liberados somos los – a veces – suertudos que logramos subir al avión cuando alguien no llega en último momento. Es, en principio, un beneficio soñado para los trabajadores de la aerolínea, pero puede ser también la maldición que te deja tirado en otro país días completos. Yo sé que nos vamos en ese avión, pero Ella pasa dos horas comiéndose las uñas y los dedos.

La niña bien maquillada del counter se pone de pie y nos nombra. Nos miramos con cara de dicha, agarramos las mochilas y corremos como bestias para llegar al avión, pero nos tocan asientos separados: Ella adelante y yo casi en la cola. Me duele la guata y dejo de ser la “Juana” que no le teme a nada.  Ya tengo mareada a la señora que tuvo de mala suerte de quedar al lado mío, contándole que es mi primera vez en avioncito desde los 5 años. Empatiza conmigo, pero me mira con risa y desconcierto.

Debo tenerla completamente chata cuando el avión se prepara para el despegue, pero con instinto de mamá me ofrece su brazo como si me fuera a salvar de la caída del avión. Miro hacia adelante y Ella se empina en los mini pies y me hace las últimas señas de amor sútil antes de ponerse el cinturón. Yo la miro con ganas de llorar, pero muevo la cabeza en señal de estar bien (y que la amo mucho y quiero que lo sepa antes de morir).

El avión despega, se tambalea y le estrujo el brazo a la señora desconocida. Le pido disculpas y su hija de 10 años que va al lado me da clases de madurez. Sólo espero que digan que podemos sacarnos los cinturones un ratito para pararme y hacerle señas a Ella.

Pasan los minutos, miro por la ventanilla y no me la creo: Vamos de vacaciones, vamos en avión. Vamos juntas y Santiago se achica tanto que desaparece. Voy casi todo el vuelo pegada al vidrio y todo me parece grandioso, increíble. Sonrío sola de felicidad. Desearía ir en bus y que la señora a mi lado se baje en alguna de las próximas paradas y así poder apretar la mano de Ella, para que no esté nerviosa y no se coma los dedos como cada vez que tiene miedo y no sabe si las cosas van a salir bien.

El mismo diccionario

Hemos tenido que re-definir las cosas. Las palabras fueron tomando significados nuevos en nuestro espacio común y es casi imposible recordarlas con la simplicidad de la niñez. Silencio ya no es lo que se nos exigía en la sala de clases o en el letrero de la mujer en el hospital. Ahora es protección y seguridad. La mentira no nos asusta – menos el infierno – y ahora es un recurso válido para conservar la paz.

Para ellos, amor es es un concepto demasiado sublime como para hacerlo nuestro y, en su lugar, debemos conformarnos con lo transitorio, volátil y sexual. Todo lo que se aproxime a un comportamiento impulsivo y animal. Probablemente, llegamos hasta aquí por decepción, trauma o error y siempre se mantiene la esperanza de que «rectifiquemos», cuando lo que somos y la felicidad en nuestro mundo no es algo que querramos abandonar.

No, tampoco somos tan mujeres. Somos caricaturas, el chiste y la burla. La mujer masculina, la femenina sexópata o la “cool” que sigue la tendencia Open Mind mundial. Somos calientes y “machorras”. Y es que claro… todas rechazamos nuestro cuerpo, tanto, pero TANTO así, que adoramos el de otra mujer. Debe ser que nuestro inconsciente busca acercarse al modelo heterosexual ¿verdad?

Y para coronarnos como los enemigos de dios y la humanidad, también queremos terminar con la raza por nuestra «incapacidad» para reproducirnos y hacer familia.

Qué triste y qué absurdo.

Como no entienden que las definiciones sólo pueden nacer de la cercanía con el «objeto», de la profundad y la experiencia. Jamás aceptaré una imagen propia basada en la ignorancia y el prejucio. Quiero que todas los conceptos, definiciones y palabras vuelvan a ser lo que eran. Hablar del amor profundo que siento por Ella y decirlo fuerte. Confiar en que nuestra verdad le gana a todo ese diccionario «de segunda», vacío y equivocado, con el que no nos conformaremos ni hoy, ni mañana, ni nunca.