Tres años juntas

Cuando me dejaste un mensaje anónimo en mi casillero. Yo iba en 1º y tu en 2º medio.

Cuando me mirabas desde la galería de la cancha, porque justo se veía mi mesa en la sala.

Cuando fuimos al Cine Huérfanos a ver Sexo con Amor y nos pusimos ropa de calle en la AChS.

Cuando me regalaste La Tregua de Benedetti, con unos poemas de él en las hojas vacías.

Cuando íbamos al Museo de Bellas Artes y mirábamos Paisaje de Monvoisin mucho rato.

Cuando me regalabas compilados en CDs, con muchas canciones de Sade y Coldplay.

Cuando en Plaza Italia había un kiosco de flores, donde me compraste muchas rosas blancas.

Cuando nos metíamos a un edificio antiguo y solo, para darnos el beso del día y salir corriendo.

Cuando éramos casi vecinas y miré tu ventana todo el verano de 2003, hasta que tu papá me vio desde arriba.

Cuando pensaba en ti y, al menos una vez al año, miraba tus fotos de perfil sin razón.

Cuando sentía ganas de hablarte y explicarte que nunca planeé hacerte daño.

Cuando hace tres años, contra toda lógica, nos volvimos a ver en Baquedano a las 8 p.m

Y en la calle me compré en pañuelo, para darle un último complemento a mi tenida (que estuve pensando una semana) 

Cuando esa noche extendiste tu mano en la mesa, yo la tomé y nunca nos volvimos a separar.

Cuando no sabía como enfrentar lo que pasaba, pero cada día era mejor que el anterior y empezamos a construir felicidad, tu en mi y yo en ti.

Cuando sentía el prejuicio de los demás, que querían ver en nosotras lo que los dejara tranquilos.

Cuando tuvimos dos casas y cargábamos con mochilas, conejos y cuadernos, con tal de estar juntas.

Cuando para mi cumpleaños salí de la ducha y me cantaste cumpleaños feliz con una torta en las manos.

Cuando organicé tu fiesta de cumpleaños y corté uno por uno los banderines de papel lustre.

Cuando le pedí a Camila que pintara un cuadro igual al de Monvoisin para nuestro primer aniversario, pero con tonos más cálidos.

Cuando me ayudaste con mi nueva casa y raspamos la pintura vieja de las murallas, mientras nos estrujábamos de la risa.

Cuando me esperaste sentada afuera de la sala donde defendía mi tesis y me sentí fuerte.

Cuando te quedabas despierta sólo para acompañarme cuando escribía mi tesis.

Cuando hemos llorado juntas por sentirnos solas e impotentes al no poder cambiar la mente de los demás.

Cuando preferiría que todo lo bueno te pasara a ti, porque yo se acostumbrarme a lo malo.

Cuando me subí por primera vez a un avión y quedamos separadas, pero te parabas a mirar si estaba viva cada rato.

Cuando fuimos a la playa y me enseñaste a flotar, mientras yo pataleaba a la velocidad de la luz, porque me aterraba la idea de no pisar el fondo.

Cuando decidimos vivir juntas y vine a este departamento día tras día a ver el avance de los arreglos.

Cuando no me podía la espalda de tanto caminar, pero sabía que por ti siempre todo valía la pena.

Cuando me sentía orgullosa de ti cada vez que te reconocían como una excelente profesional en tu trabajo.

Cuando te miraba conversar con mi mamá de la vida y sonreían con una cerveza en la mano.

Cuando hablaba de ti a todos y sin que me preguntaran, porque nunca podría omitirte ante nadie.

Porque eres mi orgullo, mi amor y mi compañera. La demostración más grande de que la vida es difícil y extraña, pero cuando amas profundamente y siempre estás dispuesto a ser mejor, nada te puede ganar.

Te adoro con mi vida, Karina. Gracias por estos tres años de infinita felicidad. Siempre te voy a amar.

Si hay alguna forma de que nuestra historia ocupe el primer lugar entre las demás, no quiero buscarla. No me interesa ganar haciendo comparaciones parciales que alimenten mi ego, mis ganas de ser la primera, la única, o el tormento más persistente en tu memoria.

Una de las pocas medidas que tengo sobre nosotras es recordarnos hace tres años y ver todo lo que hemos construido hasta hoy. Yo nos valido, nos reafirmo, nos justifico y nos confirmo por cómo hemos crecido de la mano.

Yo nos mido juntas en todo lo recorrido para llegar hasta aquí, en lo grandes e invencibles que somos juntas.

Felices 3 años, mi vida.

Notas mentales de Año Nuevo

Esto no se llamará «carta abierta a los papás de mi polola», porque me da vergüenza viralizarlo y ellos, de saber el remitente, la rechazarían de plano. Tampoco quiero buscar las palabras precisas para que todos terminen con los ojos llorosos. Pese a eso, existen mis ganas tener 10 minutos para mirarlos y decirles que mis miserables niveles de testosterona y consiguiente falta de virilidad no me hacen sentir débil ni temerosa frente a ellos. Y, a estas alturas, frente a nadie.

Es 31 de diciembre y el plan – de acuerdo a las circunstancias – es el siguiente: Este Año Nuevo seremos sólo ambas, porque al japonés le corresponde estar con su papá. Así que, como muchas veces, nos excusamos con nuestras familias diciendo que nuestros respectivos carretes están planeados desde hace tiempo. Mentira, porque lo que en realidad haremos es preparar una cena y Ella será mi asistente de todo lo que no sea propiamente cocinar. Le pido cosas como: «Lava dos paltas y córtalas en mitades, porfa amor» o solita va limpiando el desastre que queda luego de mis experimentos culinarios. En realidad, Ella siempre está haciendo lo que a mí me falta sin que tenga que decirlo.

Somos un equipo, somos compañeras.

Estamos contentas, como siempre. Me atrevo a decir que de 16 horas despiertas, 10 las pasamos muertas de la risa. No es porque yo la adore, pero Ella tiene un sentido del humor sobresaliente. Siempre es el alma de la fiesta y tiene el don del chiste rápido, como Álvaro Salas en tiempos de «Viva el lunes». Yo soy más como Felo, que como panelista invitado lleva un repertorio armado e interviene con alguna que otra frase sarcástica sin que se le mueva un músculo de la cara. Digamos que soy más «low perfil», como dijo estúpidamente un cantante nacional con ganas de parecer bilingüe.

Somos muy felices, nos adoramos, pero al mirarnos tenemos la expresión común de desear lo que no podemos tener, lo único que nos falta para que un día como ese sea perfecto. Hay mucho silencio para ser año nuevo y tenemos una mesa grande en la que quisiéramos ver ciertas caras en esta transición simbólica de todos los años. Sentir que no sólo es otro ciclo de hacernos más fuertes e independientes, sino que también de saber que si estamos tristes o cansadas, hay brazos esperándonos sin condiciones.

Pienso en lo fragmentadas que están nuestras familias y en lo grande que sería si algún día se juntaran. Su hermana tiene un bebé bonito de 4 meses y mi hermana un hermoso pichón recién nacido. Tal vez podrían hablar, tal vez podrían hacerse amigas y no se sentirse tan solas como a veces ahora. Mi papá por fin recuperaría las ganas de lanzar el chiste inteligente y encontraría en una carcajada de Ella su justo reconocimiento. Mi mamá y la suya podrían hablar de sus técnicas botánicas para robarse «patillas» de las plantas municipales y hacerlas germinar en casa o de su defensa férrea de la familia como el pilar que las sostiene. Habrían muchos niños dando vueltas y la pulcritud del aseo pasaría a segundo plano al recordar lo bien que lo pasamos.

Ya casi termino el pollo al limón con papas doradas, champiñones y pimentón. Nos tomamos el último sorbo de Stella Artois y ponemos la mesa. En la cocina, Ella me frena, me abraza y me dice: «Nos merecemos más que esto». Yo asiento y nos apretamos fuerte. Duele a veces vivir así, pero nos quiebra la idea de perder lo poco que tenemos. Ella más que yo. Si tuviera que optar por el apoyo de una familia, no sería la mía, porque Ella francamente se lo merece todo. Es la hija con la que todo papá debería tener el pecho inflado de tanto orgullo.

Estimados C y P, así como ustedes jamás me perdonarán ser gay, mamá y amar a su hija, yo difícilmente podré olvidar las veces que Ella lloró por sentirse culpable de lo que es. Sé que en el fondo de su corazón lo saben: tengo un hijo de 7 años y puedo deducir antes de que pruebe algo, si ese sabor le gustará.

Mi deseo de año nuevo es que nunca la dejen. A mí, me pueden odiar, porque amarla a Ella me hace fuerte, valiente y mejor y no necesito nada más a cambio.

Nuestra cena quedó exquisita y concentramos en un sólo abrazo todos los que no pudimos dar esa noche.

Todo podría faltar, pero tus brazos, nunca.

Entonces, ¿Qué eres tú?

Varias amigas creen que todos los seres humanos somos bisexuales y que si no lo hemos experimentado es netamente por un tema cultural. Yo pienso que es difícil definir categorías sexuales, porque muchos ni siquiera buscan encajar en alguna de ellas y viven tranquilos desapegados de cualquier normativa social, moral o cultural.

Como pienso que existen tantas posibilidades como personas en el mundo, no defiendo con pasión mi postura y sólo busco las respuestas que me ayudan a vivir una vida feliz, tranquila y cuidadosa, para no dañar a costa de mi felicidad a quienes amo.

“Entonces, ¿qué eres tú?”, me han preguntado (cuando son cercanos no me molesta), pero no deja de parecerme una duda mal formulada. Lo primero que pienso es soy muchas cosas y sólo una de ellas tiene que ver con mi orientación sexual: Soy mujer, mamá, periodista; soy perseverante, tímida con los desconocidos y desenvuelta con los míos, entre millón de otras cosas buenas y no tanto.

Pero, ¿En qué medida el amar a otra mujer me determina como persona?, ¿Me suma o me resta algo?, ¿Es relevante ese dato para alguien que no es mi pareja? Lo deprimente de estas preguntas es que podría recibir un “sí”. Amar a otra mujer probablemente me cueste perder muchas de las victorias que pude tener hasta hoy y deba aceptar las consecuencias de este repentino cambio de imagen.

¿Volveré a ser nombrada en la mesa como ejemplo de perseverancia?, ¿Dejaré de ser vista como una buena mamá? y finalmente, ¿Tendré que dejar de lado al amor de mi vida para conservar este aprecio? Después de dos años pensándolo, me parece triste e injusto estar dispuesto a negarse con tal de recibir amor y respaldo de tu núcleo cercano. El amor no vale nada si no existe confianza y verdad entre las partes.

He amado dos veces y ambas historias han sido reales. No sirvo para guardar apariencias y no puedo con incomodidad de la omisión. Con 26 años, hay sólo un miedo que me frena y es el de evitar por todos los medios que mi hijo reciba toda la mierda de esta sociedad. Me aterra pensar que deba enfrentarse al mundo a tan corta edad, pero también sé que no puedo evitarle todas las penas y dolores que implica crecer y conocer la realidad en toda su dimensión.

De cualquier forma, no hay salvación: Si no es por gordo, será por flaco, dientón, colorín o moreno. Si es guapo tal vez lo tildarán de gay y si es buen alumno será el “loser”. Afortunadamente, no nos construímos en base a los calificativos que se nos adjudican a lo largo de nuestra vida, sino sería horrible: Seríamos un Frankenstein de lindo pelo, ojos rojos, buenas piernas y cara fea. Yo creo que ni la mente más creativa puede llegar a imaginar todo lo que se ha dicho sobre nuestra propia humanidad.

Yo como mamá, periodista, blanca que ama a morena, pecosa y sin muchas curvas, soy muy feliz. Y si a la vista de esos ojos café/ojerosos/hermosos soy la más linda, no necesito más.

 

Metros de distancia

Un beso es las escaleras de Manuel Montt hicieron que mi día terminara de manera esplendorosa. Yo sé, no te acomoda la desventaja en cualquiera de sus formas y siempre prefieres resguardarnos de los demás. Mi impulso en cambio, siempre busca la confrontación, disparar la verdad aún ante el más monstruoso de los contendores y me lanzo a la pelea aunque nadie apueste por mí.

Pero esos pequeños actos de rebeldía, besos, manos tomadas en la calle (sin contar las escondidas en los bolsillos o luego de unos mojitos) son para mí como dos granitos de azúcar en una taza de té que no necesita ser más dulce, ni potenciar su sabor ante la competencia. Simplemente no hay competencia para nuestro té de hojas remojado en tibias tardes de domingo en tu casa.

Son sólo 9 días desde que no corro a carcajadas por ahí, escapando desenfrenadamente de tus nervios, que me estrujan y me hacen dormir con la sonrisa amplia que contigo se muestra sin ningún complejo. Cuánto amo reírnos todo el tiempo y que no exista la categoría de “cosas ridículas que hago sola”, como bailar envuelta en una cantidad ridícula de jabón o rodeando toda la casa.

Ser tu sombra y acoplarme a tu espalda mientras caminas, rodilla con rodilla y pecho con espalda. Darte un beso en el cuello mientras lo hago. Medir fuerzas y ganarte de pura pica. A veces perder porque porque tus dientes blancos muerden sin piedad. Enojarme, salir indignada y tocar el timbre a los cinco segundos.

Diez años después, todo ha sido un perfecto descubrimiento. Esos días silenciosos envueltos de miedo a TODO, de mí muda e “indiferente” ya no son más. Tres meses y un verano no eran lo necesario ni menos lo justo para nosotras. Siempre lo sentí y nadie le ganó a mis pequeñas verdades. No iba a ocupar otro lugar, ni tú lo ocuparías para mí.

Un vacío que sin quererlo encapsuló tan bien una historia, que me hacía tiritar mientras subía las escaleras de Baquedano. Ahí venías otra vez, sencilla, perfecta, intacta. Se rompió el silencio y explotó absolutamente todo.

–  «Te amo mucho» – leo en tus labios lindos desde la boletería

– «Yo también a ti» – responden los míos al otro lado del torniquete.

Bajo al andén y tú subes a la calle, pero volvemos a mirarnos sincronizadas y con las comisuras decaídas repetimos sin sonido:

– “Te amo mucho”.

– “Yo más a ti”.

Bajo dos escalones, se calientan los ojos y las luces de los trenes se alargan.